... como si fuese una gitana, una artista de la quiromancia que sabe de las líneas del futuro. V
oy a mirarme a los ojos, a los ojos que ya no tengo, porque entonces eran más inocentes, y voy a contarme mi propia historia, la que aún estaba por venir hacía 15 años, cuando faltaba la mitad del camino para llegar al punto en el que estoy ahora.
Voy a tomar a esa adolescente renegada y pesimista de la mano y le voy a decir que hay cosas que nunca cambiarán pero que habrá novedades que le sorprenderán.
Le diré que va a ver el mundo que soñó ver y también el mundo con el que no se atrevió a soñar.
Que tiene que estar orgullosa de muchas cosas. Que no merece la pena tener miedo, porque después todo saldrá bien y los años de instituto pasan rápido.
Le daré también las gracias porque hay cosas que han tenido que ser como han sido, pese a todo, para ser. Si la que era entonces lo pasó mal, también aquello tuvo un sentido y también es de agradecer porque inclinó el mundo hacia algún lado, abrió caminos, levantó muros, vadeó fosos... fuese lo que fuese lo que la experiencia de entonces causó, cual efecto dominó, ha tenido un resultado mejor del esperado hasta el día de hoy.
Le diré que hoy día también tengo miedos. Que soy más feliz mirándola a ella, al pasado, que tratando de atisbar el futuro y hablar con la que allí me aguarda. Pero ella sólo dialogará con la que ahora soy cuando la que ahora soy no sea yo.
Si algo he de contarle a esa niña, como voz de la experiencia, es que la vida es una, que vivir sea interesante para nosotras mismas está en nuestra mano y que nunca, ni siquiera cuando pasemos de los 50 años, deberemos quitarnos años si estamos orgullosas de cómo los hemos vivido.
¡Brindo, pues, por ostentarlos! ¡Por presumir de vieja con vida plena!
Al irme de su lado, antes de tornar a mi época, le diré algo que será raro en sus próximos años, pero que tanta falta le hará oír: Me quiero.
oy a mirarme a los ojos, a los ojos que ya no tengo, porque entonces eran más inocentes, y voy a contarme mi propia historia, la que aún estaba por venir hacía 15 años, cuando faltaba la mitad del camino para llegar al punto en el que estoy ahora.
Voy a tomar a esa adolescente renegada y pesimista de la mano y le voy a decir que hay cosas que nunca cambiarán pero que habrá novedades que le sorprenderán.
Le diré que va a ver el mundo que soñó ver y también el mundo con el que no se atrevió a soñar.
Que tiene que estar orgullosa de muchas cosas. Que no merece la pena tener miedo, porque después todo saldrá bien y los años de instituto pasan rápido.
Le daré también las gracias porque hay cosas que han tenido que ser como han sido, pese a todo, para ser. Si la que era entonces lo pasó mal, también aquello tuvo un sentido y también es de agradecer porque inclinó el mundo hacia algún lado, abrió caminos, levantó muros, vadeó fosos... fuese lo que fuese lo que la experiencia de entonces causó, cual efecto dominó, ha tenido un resultado mejor del esperado hasta el día de hoy.
Le diré que hoy día también tengo miedos. Que soy más feliz mirándola a ella, al pasado, que tratando de atisbar el futuro y hablar con la que allí me aguarda. Pero ella sólo dialogará con la que ahora soy cuando la que ahora soy no sea yo.
Si algo he de contarle a esa niña, como voz de la experiencia, es que la vida es una, que vivir sea interesante para nosotras mismas está en nuestra mano y que nunca, ni siquiera cuando pasemos de los 50 años, deberemos quitarnos años si estamos orgullosas de cómo los hemos vivido.
¡Brindo, pues, por ostentarlos! ¡Por presumir de vieja con vida plena!
Al irme de su lado, antes de tornar a mi época, le diré algo que será raro en sus próximos años, pero que tanta falta le hará oír: Me quiero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario