No hay Ítaca ni tierra prometida. No hay propósito ni dirección que seguir, ni camino... sólo un viaje, que acaba en muerte. Eso sí, para consuelo, no sabemos cuánto dura, eso hace que uno se pare a contemplar alguna que otra maravilla, a disfrutar de alguna que otra compañía, como si se dispusiese de todo el tiempo del mundo.
Hay viajes duros, hay viajes ligeros. Unos te llenan de ampollas, polvo, agujetas... en otros se viaja en litera. A ratos se va solo, a ratos acompañado. Pero cuando te paras y te preguntas por la razón de tu viaje, llega el absurdo: viajo porque para esto me han echado al mundo.
Ulises tenía un Ítaca, el caminante de Machado tenía un camino, y si nos ponemos, Wolf sabía que tenía una habitación propia y Pinocchio que quería ser un niño de verdad. Sus acciones eran guiadas por propósitos.
Desde que Baricco, en Seda, me enseñó la diferencia entre vivir y existir, no dejo de preguntarme en determinados momentos si en algún que otro momento de consciencia estoy o no estoy viva.
A veces envidio a Ulises. Muchos años tardó en llegar a Ítaca y cuando regresó tuvo que enfrentarse a varios enemigos, el camino estuvo lleno de calamidades y no sacó nada de la experiencia en Troya, salvo, tal vez, la oportunidad de emprender el viaje, pero ¿qué hubiese sido de Ulises sin Ítaca? Ulises no es nada sin su destino.
No sirven de nada las brújulas, las botas, las fuerzas... si no hay Ítaca a la que llegar.
Hay viajes duros, hay viajes ligeros. Unos te llenan de ampollas, polvo, agujetas... en otros se viaja en litera. A ratos se va solo, a ratos acompañado. Pero cuando te paras y te preguntas por la razón de tu viaje, llega el absurdo: viajo porque para esto me han echado al mundo.
Ulises tenía un Ítaca, el caminante de Machado tenía un camino, y si nos ponemos, Wolf sabía que tenía una habitación propia y Pinocchio que quería ser un niño de verdad. Sus acciones eran guiadas por propósitos.
Desde que Baricco, en Seda, me enseñó la diferencia entre vivir y existir, no dejo de preguntarme en determinados momentos si en algún que otro momento de consciencia estoy o no estoy viva.
A veces envidio a Ulises. Muchos años tardó en llegar a Ítaca y cuando regresó tuvo que enfrentarse a varios enemigos, el camino estuvo lleno de calamidades y no sacó nada de la experiencia en Troya, salvo, tal vez, la oportunidad de emprender el viaje, pero ¿qué hubiese sido de Ulises sin Ítaca? Ulises no es nada sin su destino.
No sirven de nada las brújulas, las botas, las fuerzas... si no hay Ítaca a la que llegar.
1 comentario:
Tal vez lo bonito es no tener un destino... dejarse llevar de aquí para allá. ¡Improvisar! Ya que de tener un destino seguro que tampoco estaríamos muy contentas con el mismo.
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