lunes, diciembre 21, 2015

Oscar Wilde y Charles Darwin




Para escribir sólo se requieren dos cosas: tener algo que decir y decirlo.

¿Y si un día ya no tuviese más que decir? 
Siento que ya no tengo identidad. Ya no sé quien soy, qué aficiones tengo, qué es lo que me hace llorar ni a qué le tengo realmente miedo. 

Tal vez no deba lamentarme por no poder escribir, o por no saber, porque tal vez, a la que ahora soy, ya no le guste, ni le apetezca, ni tenga nada que decir.

Sin embargo... siento como si las ganas de expresar aflorasen muy adentro, aunque no sé qué es ese algo que aboga por salir y no puede, porque soy incapaz de saber, canalizar, exteriorizar... como si fuese una auténtica muda comunicativa.

¿Acaso me he convertido en una hedonista sin más propósito que el de vivir? ¿No hay ningún gran proyecto? ¿Ningún objetivo? ¿Puedo adaptarme a esto? Me refiero a este vivir así, sin pensar en lo grande, a este yo que sigue filosofías (o lo intenta) sobre el amor a las pequeñas cosas y el conformismo en lo mundano.

¿Y si mi felicidad estuviese en mi triste ser imperfecto?


Por otro lado... qué difíciles son los cambios. Los lutos. El hacerse a la idea de que nunca más verás a alguien. Pero es ley de vida. Tarde o temprano todos nos enfrentamos a ello. Mejor que sea por decisión propia. 
Lo malo es que, los recuerdos son muy vívidos. Evocadores en mis sentidos. Aún puedo sentir, oír, incluso oler. La verdad es que, hacerlo no me produce placer que no venga sin puntada de dolor.

Creo que no hay propósito. No hay destino. No hay un "cuando menos te lo esperes". No hay sustitución alguna. Esa persona fue parte de la que fui hace un tiempo, bastante reciente por cierto. 
Pero yo, como todos, estoy en perpetuo cambio. La yo de ahora debe vivir sin él porque la yo de hace unos meses lo decidió.

Ahora que soy más vieja, sé que no se muere de amor. No te mata, aunque te vuelve más amargada.
Por eso lo hice. Di el golpe de gracia y acabé con todo.

Muchas veces aún me pregunto si me equivoqué, si podía haber aguantado. Si es que no quise ver un cambio de paradigma en las relaciones sociales. Si es que ahora va a ser todo así, en este mundo "moderno". Si lo que pasa es que como inadaptada mi genética se perderá, por no encajar con nadie, por no entender que ahora las cosas son como son.

¡Qué decir! ¿que no me afecta? ¿que soy una mujer madura, independiente e inteligente? Sí, soy todas esas cosas pero no acabo de ver por qué tenemos que escudarnos tanto en estos atributos quienes no hemos cumplido con los cometidos de todo bueno espécimen según Darwin.
Lo cortés no quita lo valiente. 

No dejo de preguntarme, en qué sentido he fracasado como espécimen. Veo a otras mujeres como yo, en mi misma situación y me hago la misma pregunta. Personas sanas, sin aparentes problemas reproductivos, incapaces de tener una relación que pueda dar como fruto progenie alguna.

La sociedad puede necesitarnos en mayor o en menor medida pero, lo cierto es que no nos aclimatamos. No contamos entre los especímenes aptos y que pereceremos con nuestra carga genética. Hay que comprender el medio antes de tratar de adaptarse a él, ver si puedes hacerlo y después plantearse si realmente merece la pena intentar un cambio.

Igual no encajamos y basta. 





jueves, diciembre 17, 2015

La inocencia

Echo de menos aquel candor, aquellos nervios ante lo nuevo, aquella tabla rasa que yo era, donde había lugar para la ilusión.
No me gusta ser una vieja resabida y amargada. No me gusta haber perdido la capacidad de sorpresa.
Ya nada me asombra. Todo lo veo venir. Todo lo acepto con el argumento de que "la vida es así".
Me echo de menos. El cómo era antes. Vulnerable. Frágil por mis ensoñaciones.
Ahora soy una descreída que se encuentra mejor mirando al pasado.
La ignorancia me permitía soñar.
La experiencia me ata a la realidad.

La inocencia, una vez se pierde, ya no vuelve.





miércoles, septiembre 30, 2015

No iremos a Roma

No iremos a Roma, ni a las cuevas prehistóricas, no caminaremos entre estalactitas, estalagmitas, ni entre la hojarasca de otoño de los bosques de Norte. No coronaremos cimas. No nos tumbaremos, juntos, en la arena. No respiraremos a la par, de forma entrecortada, al meternos en las aguas del Cantábrico. No cocinaremos juntos. No tendremos ninguna rutina. No compartiremos nada. Se acabaron nuestros planes o, tal vez no hayan evolucionado a otra cosa y formen parte de todo aquello que queda eternamente pendiente.
No habrá spás, no habrá películas, ni series, ni compondremos canciones. No conoceré a tus amigos y tú, te olvidarás de mi y de los míos. No irás ya a mi pueblo. No te presentaré a mi abuela. No sabrás a qué sabe nuestro pan casero. No habrá un viaje a Moldavia, ni a Ucrania. Iremos a ninguna parte.

La lista de cosas que teníamos por hacer.
"Planes para tres años" - dijiste.

Mencionaste cómo haría un año que nos conocimos. Me imaginé de la mano contigo caminando cara a la ventisca de un duro invierno. Me hablaste de nuestra próxima semana santa. De tantos proyectos conjuntos aunque, faltaba el más importante: el de vida.

He de confesar que es reconfortante dejar de pensar en cómo sorprenderte. ¡Qué batalla perdida!. De desvivirme por darme tanto. Toda entera. Porque ahora ya no formas parte de mi vida. Porque he decidido quererme más a mí de lo que te quería a ti.



Sigo deseando conocer Roma, pero no ya contigo. Sin embargo, algo me dice, que cuando por fin ponga mis pies en ella, por algún segundo, en algún momento, mi mente se irá hacia ti y tuyo será alguno de mis pensamientos.

Salvo eso, ya no queda nada.