sábado, septiembre 20, 2008

Otoño

Llega el romántico Otoño. Aquí las hojas aún no amarillean, será por el cambio climático, que todo lo cambia, a ver si consigue llevarse de mi vera los fantasmas que me rondan.
Hoy vuelve a incordiarme un fantasma ya conocido, un fantasma del día 21 de hace ya casi un año. Más me molesta el fantasma incorpóreo de un beso, un beso del día 23 de hace ya casi un año. Los aniversarios podemos hacerlos prácticamente de lo que nos de la gana. No se trata de recordar algo una vez al año, se trata de hacer evidente lo que nos viene y reviene a la mente durante los doce meses que son testigos de tantas, tantas cosas. Los aniversarios son la excusa para esteriorizar las promesas y los fantasmas, gritarlo a los cuatro vientos si así lo queremos.

Aún me pregunto por qué me lo pregunto. Las cosas son así a veces, simplemente suceden. Sería cómodo decir que todo es cosa del designio. El caso es que me acuerdo, recuerdo y me duele. Contra todo sentido común, contra todo moralismo, contra mi propio bien, contra la lógica, e incluso, contra mi propia voluntad. Recuerdo. No lo puedo evitar.
Por eso hoy lo expongo. Porque no hay más.

Ciertos recuerdos da gusto cogerlos al vuelo y abrazarlos como suaves mantas de niño que nos traen dulces recuerdos de infancia, o como caricias de carne conocida, o como paquetes de reyes aún no desenvueltos, o como fardos de cartas compiladas y guardadas durante años. Otros recuerdos son, con perdón, moscas cojoneras. Las espantas de la mejor manera que sabes y vuelven, vuelven con sus insoportables zumbidos. A veces te gustaría estrapallarlos contra la pared, pero te preguntas si acaso eso no ocasionaría una lesión cerebral o algo por el estilo. Al final, uno acaba jodido por las putas moscas cojoneras de ciertos recuerdos, o bien acabas acostumbrándose a su impertinencia y su constante aleteo, no sé cómo lo hacen pero estén donde estén en la habitación siempre parece que las tiene uno metidas en el oído.

Hay que ver lo maleables que somos las personas, nos hacemos a todo!, un día pensamos que ya no nos acordamos de algo y de pronto ban! si estamos pensando eso es porque aún nos acordamos! la mosca! pensábamos que ya no estaba ahi pero siempre a estado! la muy puta! y entonces, desde que somos conscientes, comenzamos a oirla más y más fuerte. A veces hasta se atreve a ir más allá y la jodía nos pica, nos muerde, y todo de pronto, una vez más, duele.

Y luego lo que duele no es tanto el recuerdo en sí, sino que siendo en teoría el recuerdo de dos, tan sólo lo sea en la práctica de uno.

El mundo estará bien o mal hecho, pero una buena parte de él no está correspondido. Las personas a las que importamos a veces no nos importan, otras ni las conocemos. Luego pasa al revés y ya ni los recuerdos son correspondidos. Natural visto así ¿no?

A veces me da por pensar, que en el fondo estamos sólos, pero que tenemos sensación de compañía porque en el fondo también todos somos iguales y a todos nos pasa lo mismo, en mayor o menor medida. Podrían tal vez meternos a todos en el mismo saco. Un saco grande y con agujeros por los que se cuela algún que otro digámosle "original", que no lo es tanto, porque hace miles de miles de años que no hay suelo virgen y, con sus variantes, ya todo está inventado. Y nuestro egocentrismo llega a ser tal, pero en parte tan cierto, que no acertamos a concevir nuestra vida sin nosotros. Como si las personas que nos cruzamos no pudieran pasar de ser los personajes secundarios, extras y decorado de la historia de nuestras vidas.

Otoño. Tal vez sea el Otoño de la melancolía. El Otoño que sentencia la agonía de algo que ya en Invierno y sin remedio morirá. Morirán los recuerdos vivos. Los transformaré en simples recuerdos que podré rescatar cuando quiera y no me volverán a asaltar y sorprender con la guardia baja. Además, sólo yo les doy importancia, y sí, eso es lo que más me duele, que de todo lo que queda sólo me haga cargo yo.

Cuando se rompió todo, uno dejó los pedazos en el suelo, otro los recogió, a sabiendas de que con ellos no se podría hacer nada porque el viento y la lluvia convirtieron en polvo algunos de aquellos, que eran más pequeños, antes de que le diese tiempo a recogerlos todos. Sólo uno tomó los pedazos, el otro huyó para no dar cuentas del destrozo. ¿Ahora qué hago? no es tan fácil como hacer limpieza. Los trozos puntiagudos se han incrustado y metido muy adentro. Aprendida está la lección, tengo que dejar de recoger "cacharros inservibles del suelo" o acabaré con el síndrome de diógenes, pero en mi cabeza, y eso debe tener solución más difícil que llamar a los servicios municipales y a una grúa para que recoja la basura!

Enfin... I have you under my skin.

sábado, septiembre 13, 2008

IL ÉTAIT UNE FOIS

Hubo una vez un pequeño y diminuto reino, junto al Loira, donde tantos castillos fueron construidos por la flor innata de Francia y parte de Europa, ahora ocupados por ilustres fantasmas de largas listas de apellidos pero de los que ya casi nadie se acuerda.
Era el reino de las Torres que aguardaba cada otoño a que sus tronos vacíos fuesen ocupados por príncipes y princesas de muy distinta procedencia. Suyo sería Tours, el reino de las Torres mientras durase su mandato, apenas unos meses, hasta que tuviesen que irse en verano para prepararlo todo para el siguien reemplazo.
Cuando llegaron los destinados a descubrir las maravillas de aquel reino y sus gentes corría el otoño del 2005. Alguno hubo que en principio se sintió perdido, ¿cuál sería ahí su cometido? ¿llevarse todo el conocimiento de l'Université François Rabelais? ¿aprender el idioma del pueblo? ¿ser anfitriones de las fiestas del reino? en resumidas cuentas su misión era clara aunque ellos al principio así no lo vieran, se trataba de vivir, disfrutar, aprender, CRECER.
Aquel año corto de reinado les serviría para poder llevar siempre consigo una parte de lo propio, una parte de lo adquirido, una parte de lo renovado, todo hilvanado por siempre y en todos lados.

No sé si el Puente de Piedra se acordará de nosotros, que´tonterías, es un puente y harto estará de las gentes que hayan pasado por encima y debajo de él, pero nosotros siempre nos acordaremos de que ahí hemos bailado, como locos en bacanales, con la felicidad del que cree vivir un instante eterno, un instante que puede repetir allá donde se alle, con solo cerrar los ojos, con solo desearlo. Y lo deseamos a menudo.
Ójala las calles, el río, los bares, los árboles, la brisa, el olor de los pains au chocolat, la gare, el botánico... se acordaran de mí y me echasen de menos, me dijesen que me necesitan a su lado para no sentirse tan tristes y solos como yo me siento sin ellos cuando recuerdo la buena compañía que ahí tuve.
Podían haber guardado las casas de pain de bois los ecos de nuestras risas y retenerlos para cuando volvamos, porque volveremos. Siempre "volvemos" pero algún día lo haremos realmente. Si los momentos son eternos, ¿una vida repleta de tales momentos no lo será también?

Llamazlo "refugio de tiempos de guerra" si así lo quereis, pero ese lugar, ese momento, será por siempre mi cobijo. Tours (2005-2006)
el tiempo ha pasado en vano.