La última vez que escribí aquí estaba con la regla, a punto de deshacerme en lágrimas, aquella noche acabé desahogándome y conseguí ahuyentar mis penas durante un tiempo impidiendo que irrumpieran de modo inesperado en la fiesta que daba con unas amigas el fin de semana.
Me pregunto si estaré tan sensible por la regla, me pregunto si esta melancolía se irá con una simple hemorragia. Ojalá.
El calor no ayuda, se pega a mi cuerpo, mi piel no respira, para no sudar evito movimientos. El cielo es de plomo, el aire no circula. Finalmente, llueve, truena, y el calor vuelve pero el plomo no desaparece. La ansiedad se apodera de mí. Como. Como. Sé que mañana me sentiré culpable pero lo que me importa es el ahora y ahora me siento mal. Mi mente vaga en recuerdos agradables, vaga un tiempo y después el presente hace que los recuerdos se vuelvan amargos, el amargor inunda mi garganta y la sien me aprenta porque mi craneo contiene todas las lágrimas que no quiero arrojar. Mis ojos son diques de acero que no quieren dar paso a la pena. Es un día tonto, ya se me pasará. Compruebo mil veces si hay noticias del extranjero. Estoy ausente en las conversaciones en las que me hayo presente. Se produce una discusión tonta, estoy susceptible pero no tolero las malas palabras. Me voy. La presión vuelve, garganta y ojos me apretan y yo me deslizo por el mundo, de modo sigiloso, para dar esquinazo a la pena para no darle gusto a la puta regla.