Creo que evito la verdad, la invento y lo más duro es que no me satisface porque lo hago a sabiendas y no caigo en la inventiva por inocencia. Es duro aceptarla.
Hace unos días, hablando con amigos en la Isla de Cuba, dije que envidiaba a la gente que cree, a la gente que tiene fe, porque estoy convencida de que vivir, y hasta morir es más fácil para ellos.
El escepticismo es un club que exige altas cuotas y aun así somos muchos los abonados.
Dudo de lo que veo, dudo de lo que siento, dudo de mi palabra, dudo de la ajena. No sé si alguien podrá hacerse a la idea de lo duro que es no creer en nada, de carecer de verdades, de certezas a las que abrazarse para dejar de vagar en el absurdo.