Empiezo a pensar que la creencia de que las fotos se llevan nuestro alma tiene parte de verdad.
Hoy me he puesto a "limpiar" mis teléfonos móviles. A seleccionar las fotos que valen, borrar la basura y, comprobar para mi horror que hay fotos que creía haber destruido pero que seguían ahí, en algún lugar de la tarjeta de memoria.
Una de las conclusiones a las que he llegado es que, hoy en día, el baúl de los recuerdos es un disco duro externo.
Otra de mis conclusiones es que las fotos se llevan nuestro alma. Aunque de un modo diferente a como hubiese creído, a juzgar por las supersticiones populares al respecto.
Después de ver fotos y fotos... me he sentido abrumada, confundida, sobrepasada... eran demasiadas escenas las que acudían a mi mente de forma vívida. Con todo lujo de detalles, pese a que las había olvidado.
Me ha invadido tal angustia que he pensado cómo habría sido este momento de no haber tenido más de un año tan documentado. Imagino que hubiese tenido un tiempo presente más despreocupado, menos intenso, tal vez inadvertido, quizás más feliz, aunque con menos recuerdos (y tal vez, precisamente por ello).
Puede que la tecnología interfiera en un proceso natural como es el de la selección de conocimientos y experiencias rememorables, incluso en el proceso de la cura de heridas, o en el de la creación de idealizaciones (¿y si necesitásemos un refugio fantasioso y lo estuviésemos destruyendo?). Por eso ahora mismo me sienta tan vieja, como si hubiese vivido demasiado, aunque antes de revisar las fotos sintiese llevar a mis espaldas una carga más ligera.
Me siento mareada tras haber visto la vida pasar a través de fotografías, capturas de pantalla de conversaciones, algún clip de audio..., por darme cuenta de pronto de que ha habido tanto contenido en lo vivido que no he podido asimilar ni la mitad.
Ser tu propio público emociona.
Por un instante piensas que no puedes con más, que quieres una pausa, tranquilidad. Pero la alternativa es coleccionar la suma de los días, esperando a que la noche se cierna sobre el mundo para sumar una cifra a la mañana siguiente.
Tomas consciencia del presente inadvertido, y de un pasado que podría llegar a ser más inabarcable que ese futuro que ni siquiera logras imaginar.
Es entonces cuando entiendes a los supersticiosos, pero con tus propios matices. Hacer fotos, salir en ellas, no te roba el alma. Lo que te deja realmente vacío es contemplarlas cuando ya has olvidado, o eso creías.
PD: las fotos antiguas eran escasas, fijaban bien esos momentos imborrables en nuestro cerebro. El exceso de fotografías que vivimos hoy en día puede enfrentarnos a un efecto curioso como es el de vernos sobrepasados por nosotros mismos, ante un exceso de documentación que no podemos asimilar. ¿Qué consecuencias puede traer esto, por ejemplo neurológicamente, para el futuro?. Empiezo incluso a sentir empatia por todos aquellos que han sufrido alguna vez amnesia. Debe ser extraño enfrentarte con documentos que llevan un eco evocador de lejanos recuerdos. Lo que pasa es que esto será general. Cada vez seremos más. Siento curiosidad.